A diferencia del bigote de los hombres, el de los gatos cumple una función importante. También llamado vibrisas, son una importante herramienta sensorial táctil que les permite navegar en la oscuridad y alejarse de posibles predadores.
Las vibrisas son pelos especializados que crecen en el hocico de un gato, por encima de sus ojos y en otras partes del cuerpo, como las orejas, mandíbulas y patas delanteras. En la raíz de cada uno de estos pelos largos y rígidos, se encuentra un folículo repleto de terminales nerviosas.
Al entrar en contacto con algún objeto, las vibrisas permiten a los gatos sentir su locación, tamaño y textura exactos, aún en la oscuridad. Esta habilidad les es particularmente útil para moverse en espacios estrechos sin quedarse atorados, así como para detectar cambios en las corrientes de aire, los cuales advierten sobre el acercamiento de posibles amenazas.
Además de hacerlos concientes de su entorno, las vibrisas son un buen indicativo para los humanos del estado de ánimo de los gatos. Cuando se encuentran estirados hacia atrás, cerca de la cara, señalan que el gato se siente amenazado. En cambio, cuando están relajados y apuntando en dirección opuesta de la cara, son prueba de un felino contento.
Evidentemente, los gatos no son los únicos animales que poseen vibrisas. La mayoría de las especies mamíferas, incluyendo los primates, cuentas con estos receptores sensoriales. Se cree que fueron desarrollados por los primeros mamíferos que compartieron la Tierra con los dinosaurios. Para evitar a los predadores, debieron adaptarse para ser cazadores noctrurnos, cuando los dinosaurios eran menos activos. Esta hipótesis explica por qué las vibrisas de los carnívoros nocturnos, como las ratas, focas o morsas, son tan prominentes.
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