Claro que sí.
Una prueba fehaciente es la distancia que recorren muchos para buscar mejores alimentos que los que tienen a mano. Por
ejemplo, entre 2004 y 2005 se hizo un seguimiento de un grupo de gorilas
de montaña (Gorilla gorilla beringei) en Ruanda y descubrieron
que estos primates pasaban más tiempo en las zonas donde la fruta era
mejor que en las que tenía peor calidad y menos tamaño.
Además, son capaces de caminar más cuando la mejor comida iba quedando
más lejos. Y aunque el grupo creciera en miembros –y las necesidades
alimenticias aumentaran–, seguían despreciando en parte los frutos más
cercanos. Sin ir más lejos, en un estudio realizado en 2009 en la granja
experimental de ciervos de Albacete quedó claro que las ciervas
dominantes ejercen su poder en parte a base de elegir lo mejor del alimento y antes que sus compañeras.
Sabían muy bien qué les convenía
porque, según la Universidad de Castilla-La Mancha a la revista
PLoS ONE, seleccionaron los cereales y rechazaron los pellets
(subproductos vegetales con poco aporte nutritivo). Cada especie tiene
sus propios mecanismos para distinguir los buenos alimentos de los
malos. La vista, el olfato y el gusto son los más habituales y
evidentes, pero la experiencia y la memoria asociada también les son muy
útiles. Por ejemplo, las ratas detectan muy bien los olores de
sustancias elaboradas (no naturales) y tratan de evitarlas por si les
resultan perjudiciales. Pero si ese método les falla y algo les sienta
mal, el roedor registra una aversión que asocia con el olor
correspondiente para que la próxima vez le recuerde que es un alimento
nocivo.
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