Hace más o menos 400 años, el gran Galileo fue el primer ser humano que se puso observar los planetas con un telescopio y a tratar de sacar conclusiones de lo que veía.
Una de las cosas que más le perturbaba, y que dejó por escrito, era el hecho de que algunos objetos celestes, como Venus, parecían tener un tamaño distinto en función de si los observaba a simple vista o con las lentes del telescopio, e incluso aparentaba ser mucho mayor que Júpiter.
El astrónomo lo atribuyó a varias posibles causas, como que “su luz se refracta en la humedad que cubre la pupila, o porque se refleja en los bordes de los párpados y estos rayos se difunden sobre la pupila, o por alguna otra razón”.
Cuatro siglos después, un equipo de ópticos de la Universidad Estatal de Nueva York, liderado por un gallego, acaba de descubrir que la respuesta hay que buscarla en la forma en que nuestro sistema nervioso percibe la luz y los objetos. El equipo, en el que participa el español José Manuel Alonso, ha descubierto que nuestra respuesta neuronal a los objetos claros y oscuros es diferente, ya que se procesa por canales distintos que no actúan de la misma manera.
Estos canales empiezan en la retina y mandan la información ya procesada al cerebro. La diferencia es que cuando el objeto es oscuro, la señal que se envía es fiel a su tamaño y forma, mientras que si el estimulo es luminoso provoca una respuesta exagerada y el cerebro los interpreta como más grandes.
El ejemplo lo tienes en la siguiente imagen:
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